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LOS DIEZ MANDAMIENTOS DEL FRÍO

A veces llega el invierno con el eco sordo de una mala noticia. No estamos preparados, es demasiado pronto, nos decimos algo aturdidos con las huellas de los días calurosos todavía recientes en nuestra memoria. Pero los ciclos inexorables del tiempo nos traen, lo queramos o no, el aliento de un cambio que siempre es innovador y excitante. Un nuevo periodo, que como todo lo nuevo está cargado de promesas. Además Budapest es una ciudad que tiene el poderoso atractivo de las metamorfosis, que alberga enigmáticas semillas para transformarse en verano, para vestirse de primavera o disfrazarse de otoño y, por qué no, para cubrirse con el manto blanco del invierno. Y así, una vez instalados en un nuevo paisaje de luz y de colores transparentes, en una atmósfera alternativa de aire frío, vivificador, que nos purifica del letargo, estamos preparados para disfrutar de los atractivos que nos ofrece la ciudad en invierno —si prestamos la atención suficiente— y reinventar un año más esta época del año.

Como en un modesto breviario, os insinúo diez cosas que recuerdo haber hecho, que hago siempre o que tengo la intención de hacer, cuando llegan los meses de invierno.

1
No voy a negarlo: me gusta el frío. Es revitalizante y me activa el cuerpo y la mente, empujándolos al movimiento, que es el auténtico motor de nuestro día a día. Bien abrigado, si hace sol —cuando está presente en una mañana de temperaturas bajas es una auténtica delicia— paseo por Normafa, que alberga un paisaje casi de bosque encantado sin salir de la ciudad, o por la Isla Margarita, en la que puedes imaginar que estás en cualquier otro lugar, con mi cámara fotográfica, tratando de recoger con cuidado todos los detalles de un entorno helado o nevado, con su infinita gama de grises. Son momentos para la introspección y el deleite estético, que regateo del trajín de la vida cotidiana.

2
La primera vez que estuve en los baños termales de Széchenyi, en el vientre seductor de una piscina de agua caliente al aire libre, contemplando la nieve que me rodeaba, se me presentó con claridad la sensación de que un invierno no es siempre como nos lo imaginamos. Son momentos para la pura sensualidad del agua que nos libera de las tensiones acumuladas y nos devuelve, al menos por unos instantes, la consciencia de nuestro cuerpo.


3
Otro tipo de actividad más festiva, también en el entorno de los baños termales —esta vez en los Rudas— es pasar una noche de fiesta con el Cinetrip, un espectáculo envolvente de luz y música en directo que, combinado con la posibilidad de estar en las piscinas se convierte en una sugestiva alternativa a la diversión monótona de una discoteca o sala de fiestas común. Tomarse una copa con algunos amigos, tal vez animarse a bailar. Un momento desinhibido para la fiesta.



4
El aire frío me da siempre un apetito voraz que cumple con las condiciones vitalistas necesarias para salir a la calle, ya de noche, especialmente después de una jornada de trabajo, en busca de un buen restaurante en la calle Pozsonyi, donde sirven un muslo de oca con col lombarda que trato de degustar siempre en compañía, como excelente excusa para tener una charla agradable. Momentos para los placeres culinarios.



5
Creo que soy incapaz de patinar, mi torpeza seguro que pondría en peligro a los numerosos patinadores que animan las pistas durante los fines de semana, pero cuando los he visto siempre me han provocado el deseo de estar dentro de esos patines y deslizarme con rapidez, mientras me río con ellos. Parejas, familias, haciendo piruetas en compañía. Son momentos para hacer deporte de una forma lúdica.




6
Aunque no celebro especialmente la Navidad, casi es una costumbre visitar cada año el mercado de la plaza Vörösmarty justo antes de Nochebuena, dar una vuelta por entre los puestos que venden todo tipo de cosas para regalar, escuchando a ratos música tradicional en directo, entre aromas dulces y especiados que van y vienen, calentándome el cuerpo con un tazón de vino caliente.



7
Una vez al mes, voy a una cata de vinos en una Asociación Vinícola (Bortársaság), a las puertas del distrito del Castillo. Descubrir la riqueza y variedad de los vinos y licores húngaros que no sólo deleitan el paladar, sino que también nos incitan a un recorrido imaginario por las distintas regiones del país recordándonos que no hay mejor guía por cualquier geografía del mundo que un buen vino. Después, salir a la calle y recibir el aire fresco y adentrarse tal vez por las calles burguesas que casi nos recuerdan un pueblecito de cuento de hadas. Es un momento para la magia de coleccionar sensaciones.

8
Entrar en la sala de conciertos de la Academia de Música con la memoria del frío y disfrutar de la música que nunca sonará igual en nuestros oídos. Y luego, volvernos con ella a casa, dejando huellas en la nieve mientras todavía se alborotan acordes, arpegios y melodías en nuestra mente. Son momentos para recordar que existen sonidos con los que iluminar también momentos del invierno.




9
O buscar refugio en las infinitas formas de contar la realidad que tiene el teatro y la danza, como hace, por ejemplo, con una altísima profesionalidad el equipo del Teatro Katona József, mostrándonos otras formas de vida, sugiriéndonos respuestas a algunas de las preguntas que nos hacemos de vez en cuando. Son momentos para el descubrimiento y la revelación.



10
Buscar algo nuevo, lo nunca hecho, el lugar todavía no visitado. Escapar de la rutina, de la repetición. Negarse a que ya no haya nada desconocido que pueda ofrecerme la ciudad en invierno. Desplegar todas las posibles variaciones de aquello que conozco bien y hacer, siempre que sea posible, que este último invierno no se parezca a ninguno de los anteriores.




Carlos Rodero